"Anoche hizo un intenso frío", le dice un hombre de unos 25 años a una señorita bien parecida y de pechos amenazantes que estaba a su lado en un intento de entablar conversación y tal vez maximizar sus genes en una futura ocasión.
Pero el pez no mordió el anzuelo. Ella ni siquiera le miró ni se inmutó, como que no era con ella. Sin embargo, otra señora, ya entrada en años le contestó, pensando que él le hablaba a ella: "Yo no pude dormir del frío anoche, el colchón no pudo calentarme ni a mi ni a mi cholo."
El man, un poco sorprendido, sólo añadio: "esperemos que esta noche haga menos", y luego cerró la boca y continuó echándole el ojo a la hermosa fémina de arriba para abajo.
Dado que el man no tenía ningún "chance" de meter candela, se la comía al menos con los ojos.
Ellos estaban a la espera del busito que los llevaría de Penonomé, la ciudad cabecera de la provincia de Coclé en Panamá, a Antón, como a 14 km en dirección hacia la capital yendo por la Carretera Panamericana. Era junio de 2002 y las tormentas de la temporada lluviosa ya llevaban casi dos meses golpeando el suelo por las tardes.
La campiña panameña se había vestido de intenso verde (Fig. 2) en todo su fulgor en los alrededores de la ciudad y más allá del horizonte pero en cuanto a la temperatura, "chuso"(qué va), como dicen los panameños, seguía siendo alta desgraciadamente. Lo mínimo que bajaba por la noche serían a los 24 ºC, suficiente para helar el culo de los perros tinaqueros y las costillas de los campesinos interioranos.
Para los humanos lagartos o lagartos disfrazados de humanos, puesto que Panamá ya ha sido infiltrada por alienígenas, el intenso calor nunca cesa a lo largo del año y les viene bien y lo disfrutan.
Esta elevada torridez acelera la química corporal no a niveles de trote sino galope, y el calor de la combustión se va directo a las gónadas, según lo confiesan los taxistas, amantes del romance, pues en este país tropical la búsqueda de la candela en un deporte nacional.
Y menos mal que así desgastan su energía, jugando a los pistones y las peonzas en la cama, de lo contrario no vivirían en paz.
Y en Panamá aparte de los narcos, los malhechores y unos que otros cacos que te quieran joder incendiando tu finca y casa por la noche a escondidas, robarte las gallinas, cagarse en tu pozo de agua o matar a tus perros con carne y vidrio molido, cosas que ocurren a menudo para dolores de cabeza de los corregidores, se vive en paz, al menos en apariencia.
Pero no hay que descuidarse y bajar la guardia. Es el trópico y los humanos dentro de las junglas no han desarrollado muy buen sentido para el respeto de lo ajeno. Lo que encuentran hay que comerlo antes que otro llegue y se lo lleve, esa es la estrategia.
La idiosincracia y los motores penonomeños
En Penonomé, la vida es tranquila, nadie lleva prisa, todo el mundo anda despacio, excepto algún loco que quiere que le miren o los extranjeros que aún no han cogido el truco de tomarse las cosas con calma y no sudar en la perpetua sauna.
Los panameños son expertos en vivir sin estrés, al menos en las ciudades del interior y el campo. Su idiosincracia es digna de volúmenes y su filosofía es acertada. Dicen que para tres días que vivimos para qué joderse tanto.
Y no caminar de prisa por las aceras está en el menu de la vida, para no sudar y manchar la camisa, pues la imagen es de suma importancia en estos lugares del planeta.
El calor no acelera a los panameños excepto abajo en la cadera donde radica la razón de vivir de los adultos humanos, de donde sean. Se nota esta pauta hasta en la manera de conducir, sin arrebatos en las calles de las ciudades y los pueblos del interior de Panamá. Algunos conductores aseguran que "así sufren menos los motores de las máquinas".
Son motores perezosos (Fig. 3) que a pesar del infierno de la combustión, a veces a la hora de disparar no dicen ni pío y se quedan dormidos. No arrancan, se han vuelto "güevones" con el calor del medio ambiente que derrite la mantequilla.
Hay que esperar a que las bujías echen chispa para sacarlos del letargo del estivo. Algo muy común en los automóviles viejos y remendados de los que a veces están en manos de aquellos que "comen cables" por tener cuatro ruedas y proyectar una imagen de rico, a no ser que ganes mucha plata y lleves uno nuevo. Un atrapa moscas, de las de dos patas.
El camionero extraterrestre y la mujer policía que atasca el tráfico en Penonomé
En Penonomé las cosas se mueven como en cámara lenta. Hay que poner mucha atención para descubrir lo anormal dentro de lo normal.
Resulta que un día de tantos de calor, en una intersección de calles en forma de la letra Y en la ciudad de Penonomé, cerca del mercado central, un camión grande avanzaba por la calle perezoso.
Venía del este y estaba intentando cruzar la calle de enfrente hacia el oeste en dirección al mercado, donde hormigueaban los vendedores de verduras, frutas magulladas y gallinas casi desnudas del maltrato. Un perro tinaquero se paró en la calle del mercado y se rascó las pulgas. Luego se levantó y se dirigió hacia el tanque lleno de basura.
El camionero sacó su cabeza del lado derecho del camión y clavó su mirada como un rayo en las caras de todos los demás conductores a su alrededor. Parecía que estaba enviándoles una orden. Volvió a colocarse en su asiento a la espera.
Los conductores, mirándose unos a otros, en silencio, sólo dejando hablar a sus ojos, como si se comunicaran telepáticamente lo que debían hacer, se las habían arreglado para decidir qué hacer.
Pero el pez no mordió el anzuelo. Ella ni siquiera le miró ni se inmutó, como que no era con ella. Sin embargo, otra señora, ya entrada en años le contestó, pensando que él le hablaba a ella: "Yo no pude dormir del frío anoche, el colchón no pudo calentarme ni a mi ni a mi cholo."
El man, un poco sorprendido, sólo añadio: "esperemos que esta noche haga menos", y luego cerró la boca y continuó echándole el ojo a la hermosa fémina de arriba para abajo.
Dado que el man no tenía ningún "chance" de meter candela, se la comía al menos con los ojos.
Ellos estaban a la espera del busito que los llevaría de Penonomé, la ciudad cabecera de la provincia de Coclé en Panamá, a Antón, como a 14 km en dirección hacia la capital yendo por la Carretera Panamericana. Era junio de 2002 y las tormentas de la temporada lluviosa ya llevaban casi dos meses golpeando el suelo por las tardes.
Figura 1. Calles de la ciudad de Penonomé, Panamá. Cortesía de TripAdvisor.es |
La campiña panameña se había vestido de intenso verde (Fig. 2) en todo su fulgor en los alrededores de la ciudad y más allá del horizonte pero en cuanto a la temperatura, "chuso"(qué va), como dicen los panameños, seguía siendo alta desgraciadamente. Lo mínimo que bajaba por la noche serían a los 24 ºC, suficiente para helar el culo de los perros tinaqueros y las costillas de los campesinos interioranos.
Figura 2. La campiña en Penonomé, provincia de Coclé, Panamá. Cortesía de TripAdvisor.es |
Para los humanos lagartos o lagartos disfrazados de humanos, puesto que Panamá ya ha sido infiltrada por alienígenas, el intenso calor nunca cesa a lo largo del año y les viene bien y lo disfrutan.
Esta elevada torridez acelera la química corporal no a niveles de trote sino galope, y el calor de la combustión se va directo a las gónadas, según lo confiesan los taxistas, amantes del romance, pues en este país tropical la búsqueda de la candela en un deporte nacional.
Y menos mal que así desgastan su energía, jugando a los pistones y las peonzas en la cama, de lo contrario no vivirían en paz.
Y en Panamá aparte de los narcos, los malhechores y unos que otros cacos que te quieran joder incendiando tu finca y casa por la noche a escondidas, robarte las gallinas, cagarse en tu pozo de agua o matar a tus perros con carne y vidrio molido, cosas que ocurren a menudo para dolores de cabeza de los corregidores, se vive en paz, al menos en apariencia.
Pero no hay que descuidarse y bajar la guardia. Es el trópico y los humanos dentro de las junglas no han desarrollado muy buen sentido para el respeto de lo ajeno. Lo que encuentran hay que comerlo antes que otro llegue y se lo lleve, esa es la estrategia.
La idiosincracia y los motores penonomeños
En Penonomé, la vida es tranquila, nadie lleva prisa, todo el mundo anda despacio, excepto algún loco que quiere que le miren o los extranjeros que aún no han cogido el truco de tomarse las cosas con calma y no sudar en la perpetua sauna.
Los panameños son expertos en vivir sin estrés, al menos en las ciudades del interior y el campo. Su idiosincracia es digna de volúmenes y su filosofía es acertada. Dicen que para tres días que vivimos para qué joderse tanto.
Y no caminar de prisa por las aceras está en el menu de la vida, para no sudar y manchar la camisa, pues la imagen es de suma importancia en estos lugares del planeta.
El calor no acelera a los panameños excepto abajo en la cadera donde radica la razón de vivir de los adultos humanos, de donde sean. Se nota esta pauta hasta en la manera de conducir, sin arrebatos en las calles de las ciudades y los pueblos del interior de Panamá. Algunos conductores aseguran que "así sufren menos los motores de las máquinas".
Son motores perezosos (Fig. 3) que a pesar del infierno de la combustión, a veces a la hora de disparar no dicen ni pío y se quedan dormidos. No arrancan, se han vuelto "güevones" con el calor del medio ambiente que derrite la mantequilla.
Figura 3. Oso perezoso (Bradypus variegatus), Penonomé, provincia de Coclé, Panamá. Cortesía de TripAdvisor.es |
Hay que esperar a que las bujías echen chispa para sacarlos del letargo del estivo. Algo muy común en los automóviles viejos y remendados de los que a veces están en manos de aquellos que "comen cables" por tener cuatro ruedas y proyectar una imagen de rico, a no ser que ganes mucha plata y lleves uno nuevo. Un atrapa moscas, de las de dos patas.
El camionero extraterrestre y la mujer policía que atasca el tráfico en Penonomé
En Penonomé las cosas se mueven como en cámara lenta. Hay que poner mucha atención para descubrir lo anormal dentro de lo normal.
Resulta que un día de tantos de calor, en una intersección de calles en forma de la letra Y en la ciudad de Penonomé, cerca del mercado central, un camión grande avanzaba por la calle perezoso.
Venía del este y estaba intentando cruzar la calle de enfrente hacia el oeste en dirección al mercado, donde hormigueaban los vendedores de verduras, frutas magulladas y gallinas casi desnudas del maltrato. Un perro tinaquero se paró en la calle del mercado y se rascó las pulgas. Luego se levantó y se dirigió hacia el tanque lleno de basura.
El camionero sacó su cabeza del lado derecho del camión y clavó su mirada como un rayo en las caras de todos los demás conductores a su alrededor. Parecía que estaba enviándoles una orden. Volvió a colocarse en su asiento a la espera.
Los conductores, mirándose unos a otros, en silencio, sólo dejando hablar a sus ojos, como si se comunicaran telepáticamente lo que debían hacer, se las habían arreglado para decidir qué hacer.
El
tráfico se había detenido para dejar pasar al camión. Justamente,
cuando el camión perezoso ya estaba cruzado a media calle, una mujer policía que había
estado relajadamente hablando con unas mujeres en la esquina de la acera de espera de los buses hacia Antón, totalmente despreocupada de todo lo que
ocurría a su alrededor, de repente se puso alerta, vio al camión y saltó de la acera hacia la calle
y sacó el silbato de un relampagazo e inmediatamente interrumpió y cortó la telepatía y confundió a todos los conductores.
Y se formó un atasco de tráfico de coches. Si hubiese ocurrido en una ciudad europea o estadounidense, el atasco automovilístico hubiera sido de los mil demonios. Pero fue así, había ocurrido en Penonomé, Panamá.
Nadie sabía si continuar su trayecto o hacer Stop. Se notaba que ella desconocía las reglas de tráfico. Pasaron unos minutos y ella convencida que sería mejor quitarse de en medio y dejar de lado por un momento lo de su oficio de policía, volvió cansada a la acera y de nuevo entabló conversación con otras personas.
Se notaba que ella le sacaba partido a su paga de policía, de seguro comía mucho arroz con yuca frita y gallina, pues caminaba como esas aves de corral, con cierto vaivén de lado, y su peso aproximaba unos 100 kg, copado con cerca de 1.80 m de altura y una piel de color ébano.
Quitado el estorbo de la policía, el camionero volvió a establecer contacto con la mirada de los demás conductores y nuevamente el tráfico fluyó como una serpiente. Todo volvió a la normalidad, la búsqueda de la vida, aliñada de ser posible con la famosa candela.
Nos alejarnos de la escena del atasco, muy pensativos. En la escena había ocurrido algo que no cuadraba del todo.
Y se formó un atasco de tráfico de coches. Si hubiese ocurrido en una ciudad europea o estadounidense, el atasco automovilístico hubiera sido de los mil demonios. Pero fue así, había ocurrido en Penonomé, Panamá.
Nadie sabía si continuar su trayecto o hacer Stop. Se notaba que ella desconocía las reglas de tráfico. Pasaron unos minutos y ella convencida que sería mejor quitarse de en medio y dejar de lado por un momento lo de su oficio de policía, volvió cansada a la acera y de nuevo entabló conversación con otras personas.
Se notaba que ella le sacaba partido a su paga de policía, de seguro comía mucho arroz con yuca frita y gallina, pues caminaba como esas aves de corral, con cierto vaivén de lado, y su peso aproximaba unos 100 kg, copado con cerca de 1.80 m de altura y una piel de color ébano.
Quitado el estorbo de la policía, el camionero volvió a establecer contacto con la mirada de los demás conductores y nuevamente el tráfico fluyó como una serpiente. Todo volvió a la normalidad, la búsqueda de la vida, aliñada de ser posible con la famosa candela.
Nos alejarnos de la escena del atasco, muy pensativos. En la escena había ocurrido algo que no cuadraba del todo.
Por otro lado en la ciudad, los numerosos taxis en Penonomé, que parece que son más ellos que la gente, iban y venían tratando de encontrar clientes (Fig. 4). La gente a veces coge un taxi para ir a una o dos cuadras de distancia, con la esperanza que les vean dentro del vehículo. Esto les viste y da la impresión camaleónica de que no están "comiendo cables" (pasando hambre).
Figura 4. Taxis en la ciudad de Penonomé, provincia de Coclé, Panamá.
A menudo nos preguntábamos si al final del día les
salía rentable a los taxistas por el alto costo de la gasolina. Pero uno de ellos por
casualidad nos dijo que eso de no "ganar plata con los clientes" no
le preocupaba porque él tenía "buenos amigos."
Más tarde nos enteramos
que el taxista se refería a que su negocio había sido montado para "lavar plata." La gente de la calle no suele morderse la lengua para hablar de estas cosas en Panamá.
Como resultado de nuestra estadía en Panamá, aún nos hemos quedado con la duda y con una pregunta, al haber visto semejante espectáculo. Chuso!, nada extravangante de persecusión y tiroteos al estilo de Hollywood, pero sí sutil y lo suficientemente interesante desde el punto de vista antropológico, sociológico y exobiológico.
La pregunta que ha menudo nos hemos hecho es la siguiente: ¿Serían los conductores extraterrestres?
Nos parece que al menos el camionero sí lo era. Era un lagarto en forma humana. Tenía dedos en las manos demasiado largos, boca pequeña atípica en Panamá, sus orejas diminutas y su mirada reptiliana era intensa, fría y penetrante. Su cabeza más grande de lo normal, con cabello negro que parecía artificialmente alisado, casi sin cejas y los antebrazos eran un poco más gruesos y fornidos que los brazos, en cierta manera algo parecidos a los de Popeye. Es todo lo que pudimos observar de él por la ventana del camión.
A pesar de que el camionero tenía piel de color oscuro, el fenotipo predominante en Panamá, este hombre no encajaba en comparación con las características del resto de la población. Ante los ojos de la gente que anda despistada y tiene poca vista para el detalle, el camionero pasaba por panameño pero había algo raro en él, incluso su conducta.
No tenía aspecto de amable, más bien parecía un sourpuss lo contrario de los panameños, gente amable en su mayoría y que casi siempre está presta para auxiliarte si te pierdes o quieres saber donde comer una tajada de sandía fría o un helado para aguantar el rigor de la sauna panameña.
Como resultado de nuestra estadía en Panamá, aún nos hemos quedado con la duda y con una pregunta, al haber visto semejante espectáculo. Chuso!, nada extravangante de persecusión y tiroteos al estilo de Hollywood, pero sí sutil y lo suficientemente interesante desde el punto de vista antropológico, sociológico y exobiológico.
La pregunta que ha menudo nos hemos hecho es la siguiente: ¿Serían los conductores extraterrestres?
Nos parece que al menos el camionero sí lo era. Era un lagarto en forma humana. Tenía dedos en las manos demasiado largos, boca pequeña atípica en Panamá, sus orejas diminutas y su mirada reptiliana era intensa, fría y penetrante. Su cabeza más grande de lo normal, con cabello negro que parecía artificialmente alisado, casi sin cejas y los antebrazos eran un poco más gruesos y fornidos que los brazos, en cierta manera algo parecidos a los de Popeye. Es todo lo que pudimos observar de él por la ventana del camión.
A pesar de que el camionero tenía piel de color oscuro, el fenotipo predominante en Panamá, este hombre no encajaba en comparación con las características del resto de la población. Ante los ojos de la gente que anda despistada y tiene poca vista para el detalle, el camionero pasaba por panameño pero había algo raro en él, incluso su conducta.
No tenía aspecto de amable, más bien parecía un sourpuss lo contrario de los panameños, gente amable en su mayoría y que casi siempre está presta para auxiliarte si te pierdes o quieres saber donde comer una tajada de sandía fría o un helado para aguantar el rigor de la sauna panameña.
Así es la vida en Panamá. Hay mucho que aprender de los panameños. Siempre y cuando sean humanos y no alienígenas invasores en forma de humanos.
Loa panameños terrícolas se toman la vida con relax y sin ninguna prisa. Bueno, hasta el momento, no sabemos que pasará el día de mañana cuando se hayan volcado del todo en su meta de primermundismo.
Y por supuesto que nunca les falte el icing en la torta. Mucha candela, la cual no debe faltar nunca en la lista de los favoritos. ¿y quién se atreve a culparlos en la casa de las gónadas?
En estos parámetros son buenos ejemplo los panameños, más hoy cuando la humanidad ha sido robotizada, al extremo de no poder elegir lo que debería de elegir, ya sea para comer, para vestir o para quien les gobiernen.
Loa panameños terrícolas se toman la vida con relax y sin ninguna prisa. Bueno, hasta el momento, no sabemos que pasará el día de mañana cuando se hayan volcado del todo en su meta de primermundismo.
Y por supuesto que nunca les falte el icing en la torta. Mucha candela, la cual no debe faltar nunca en la lista de los favoritos. ¿y quién se atreve a culparlos en la casa de las gónadas?
En estos parámetros son buenos ejemplo los panameños, más hoy cuando la humanidad ha sido robotizada, al extremo de no poder elegir lo que debería de elegir, ya sea para comer, para vestir o para quien les gobiernen.
Referencias
Aguilera Patiño L. (n.d.) El panameño visto a través de su lenguaje. Ferguson & Ferguson, R. de Panamá. 388 p.
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La cuarta parte, CALORES PANAMEÑOS (IV): HISTORIAS DE BESTIALIDAD EN PANAMA, la puedes leer AQUI.
La quinta parte, CALORES PANAMEÑOS (V): TALA DE BOSQUES, CANDELA, LLUVIA ACIDA, PLAGICIDAS Y GANADERIA = NO SOSTENIBLE, la puedes lees AQUI.
La sexta parte, CALORES PANAMEÑOS (VI): IMAGEN DE RICO, CHOMBIFICACIONES, DESCHOMBIFICACIONES, CHOLIFICACIONES Y DESCHOLIFICACIONES, la puedes leer AQUI.
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